Sobre la expo y el catálogo de Leppe

Juan Forch

En mi paso por el periodismo adquirí algunas deformaciones que me marcaron: una de ellas es la de mantener una mirada externa-interna, el vicio de la observación participante. La curiosidad inquieta, la necesidad de entrometerme.

Eso me llevó a fines de los 70 y principios de los 80, recién llegado del exilio en la Alemania Oriental, guiado y avalado por mi amigo-hermano Fernando Balcells, a conocer, colaborar, convivir y trabajar con diversos artistas de la época. Mi experiencia audiovisual me abrió puertas, y me permitió participar en trabajos y obras de los artistas más notables de la época.

Eran acciones y obras en las que podía crear-estar-registrar-aportar sin ser totalmente parte de la cofradía, sin pertenecer a algún colectivo, grupo o tendencia.
Me paraba con un pie adentro y otro afuera del “margen”, de la “escena”, del “colectivo”.
Ni tanto ni tan poco.
Mi refugio era la cámara, el video y de ahí nació, por supuesto, la producción propia.

Desde esa experiencia y esos recuerdos les hablo hoy.

En esos años 80, en todas las acciones y presentaciones de los diferentes artistas, los autores, los colaboradores y el público teníamos siempre la sensación de estar actuando en contra de los poderes establecidos. “Alguien”, “alguna autoridad”, no quería ni arte ni exhibiciones ni público.
Era por eso que un tufo indómito nos envolvía y el discurso, explícito o implícito, tenía indefectiblemente una lectura subversiva.

Todo era una provocación y por ello nunca se estaba seguro de que nada iba a pasar.
Ya fuera en el Festival de Video del Chileno-Francés, en un Galería, desde la puerta del Museo o en las calles, mientras producíamos, sospechábamos de que éramos vigilados.

¡En cualquier parte! Siempre había un cosquilleo de temor por estar yendo más allá de lo seguro, y también de satisfacción por quebrar el statu quo, por desobedecer.

Entre los mayores hitos del quehacer artístico estaba siempre Leppe.
Y Leppe se hacía notar por lo que era, por lo que hacía, por lo que atraía y porque su presencia lo convertía en preponderante… estuviera donde estuviera.

El Leppe que yo conocí nunca pasó desapercibido… Y nunca lo intentó tampoco. Habría sido para él contranatural.
Uno, porque su físico lo imponía. Y dos, porque siempre estaba creando, planeando, organizando, convenciendo, seduciendo, liderando, sorprendiendo, convocando.
Y también imponiendo y consiguiendo.

Seducía porque tal era su creatividad y su capacidad de organizar que siempre estaba creando, preparando o en el medio de una producción, de la elaboración de una obra a la cual te sumaba… aunque solo fuera como espectador.

Por el tiempo en que los conocí, Nelly y Leppe para mí siempre fueron La Bella y la Bestia de la escena del arte.
En su versión ochentera.
La diferencia era que la Bella nunca hacía gala de inocencia.
Y la Bestia nunca se convertía en un alma bondadosa.
Nelly Richard y Leppe. Leppe y Nelly Richard eran la avanzada de la Avanzada. Eran la célula de la insurrección del arte, la acción revolucionaria convertida en performance, la arenga del Body-art.

Toda obra de Leppe era antecedida o seguida del para mí casi insondable escrito de Nelly Richard. ¡Qué trabajo me ha dado siempre!

En esas presentaciones, cerca de la entrada, siempre se apostaba Javier Richard, el productor omnisciente y permanente, el hombre que parecía más experimentado que experimental, el que nos daba a todos esa sensación de seguridad que era tan bienvenida. Su aplomo y silencio eran elocuencia de que sabría enfrentar cualquier carga de la caballería de los servicios de la inquisición.

No hay que olvidar que vivíamos una época rigurosamente vigilada.

Para mí Leppe estuvo presente y muy presente en los 80. Y hacia el final, cuando en el país las órdenes fueron dando paso a las opiniones y a la política, cuando comenzamos a dispersarnos, Leppe estaba ausentándose. Nunca supe bien hacia dónde ni el porqué.

Pero se hablaba de él. Se le decía inspirador y responsable del dedo de Lagos, de la dirección de arte de la teleserie de moda, de su incursión en medios masivos. Perú y publicidad de tiempo completo, se rumoraba.

Pero nada se sabía a ciencia cierta, al menos entre los que andábamos también dispersos y también desaparecimos. O aparecimos en lugares insospechados.

Mutamos.
Y mutar es una forma de ya no ser lo que se era.
Y ya cada uno no fuimos más que un recuerdo en la memoria de los demás y la nostalgia con la que convivimos cada uno.

Años después… ¿cuántos? 20, 30 y más años después aparece Amalia frente a mí preguntando mis historias e impresiones sobre Leppe. Una notable detective que quiere saberlo todo, que insiste y persiste.
Y en ese diálogo me doy cuenta de que vivimos mucho y que es tan poco lo que sé.
¿Qué se puede hacer con Leppe después de tanto tiempo, de tanto cambio, después de que el mundo se ha dado cuatro vueltas de carnero y Chile seis o siete?

Sentí que la nostalgia acechaba. Y no me gustó.

El día de la inauguración de esta exposición “El día más hermoso”, mientras bajaba a la Sala Matta pensé… “aquí vamos, de vuelta a las catacumbas. ¡Valor! Estamos regresando a los 80 y viviremos todo nuevamente”.

Cuando llegué al plano y vi esos cubos opacos y traslúcidos con los sonidos entrecruzándose; ese encierro, proyección y escape de cada imagen; la sorpresa y el fervor de la gente joven mirando, curioseando, interesándose, sorprendiéndose, vagando y muchos más gerundios… sentí nuevas emociones alegres y asombrosas.
Un Leppe nuevo, revivido, me aparecía en todas direcciones, me inundaba y se materializaba. Estaba ahí, más vivo que nunca.

El ir y venir de todos esos entusiastas, me hizo sentir que lo que había sido no ha dejado de ser. Que la Magia de Leppe sumada a la Magia de los nuevos creadores de estos nuevos años 20, era capaz de enamorar y provocar tanto o más que hace 30 o 40 años.

El domingo siguiente volví para husmear, estar, revivir, sentir desde esos cobijos albos el impacto de cada obra. Para volver a conversar con Leppe sobre sus planes futuros.

Toda una aventura pasear por esas callejuelas entre cubos iluminados y habitados. Con Leppe omnipresente y multiplicado. Con tanta gente de hoy mirando y admirando lo hecho ayer como si fuera mañana.

A los pocos días, nuevamente Amalia… “¿podrías acompañarnos a la presentación del catálogo?”

Y aquí estoy para presentarles una confesión:
Estuve muchas veces con Leppe en diversos entornos. En agotadoras sesiones de grabación, horas de horas con él actuando, Nelly dirigiendo y yo grabando. En agotadoras reuniones con él y otros creadores tratando de hacer algunos acuerdos. En bailadas y entretenidas fiestas. En conversaciones que no terminaban nunca…

Y recién sé que todo eso era solo una fracción mínima de Carlos Leppe. Recién ahora que ha llegado este Catálogo a mis manos y que me ha informado y explicado a Leppe. Me lo ha revelado.
A ese artista que conocí, pero realmente no conocí.
Ese artista no es pasado.
No lo siento así.
Gracias a la información contenida en este Catálogo y al deambular por este “día más hermoso”, siento y entiendo a Leppe más como un artista que es siempre presente.

Se me agrandó Leppe en mi recuerdo y en mi vida.

Gracias a todos ustedes por el favor concedido.